lunes, 16 de abril de 2012

Lo que le falta a Brasil para ser Brasil

Por: Juan Arias
13 de abril de 2012

¿Es que Brasil no es aún Brasil? ¿ Por qué le falta algo para serlo? La pregunta no es inútil. Que al Brasil hoy aplaudido mundialmente por sus conquistas sociales y por su potencia económica le falta algo, lo ha demostrado la Presidenta Dilma Rousseff en su reciente visita a los Estados Unidos.


Dilma en Harvard
En la prestigiosa Universidad de Harvard, la mandataria brasileña, reveló la necesidad que Brasil tiene de formar jóvenes en los grandes centros de investigación del Planeta, como valor agregado y ha decidido enviar a 100.000 universitarios a las mayores y más famosas universidades del mundo.

Brasil ya es Brasil, pero no es aún el Brasil que podría ser, dados los recursos naturales de los que dispone y el gran mercado interno que lo blinda ante las crisis económicas del exterior. Para ser, no lo que ya es, sino lo que debería y podría ser, le falta a este gigante americano, resolver algunos problemas graves y acuciantes, que de olvidarlos, podría correr el peligro de que un día u otro, la locomotora empiece a renquear (la industria ha empezado a hacerlo) y otros países emergentes le tomen la delantera.

Lo ha incluso apuntado recientemente, Hasan Tuley, vicepresidente del Banco Mundial para América Latina y el Caribe. Tuley se refiere en general a América Latina, pero su análisis se ajusta como anillo al dedo a Brasil, cuando alerta para lo que él llama “la trampa de los países de ingreso medio”, evitando que el Continente latinoamericano, pueda dejar de ser, como se espera, el gran protagonista de la próxima década, al resbalar en el peligro de quedar “prisionero del status quo”.

¿Qué significa? Sencillamente, que la región, y Brasil muy particularmente, pueda avanzar por el camino de la “generación de mayor valor agregado para su producción tanto en la exportación como para el mercado interno”. Sin ello, sin la batalla por una mejor productividad y una mayor competitividad, Brasil no será aún Brasil Hoy este país, que pretende además un liderazgo en el continente, necesita con urgencia producir mejor y a menor precio.

Brasil está caro. La industria está preocupada porque la desborda la competencia, sobretodo china. Necesita un plus de capacidad de invención, sin limitarse a vender materias primas.
El Ministerio de Ciencia y Tecnología, vital para Brasil, había estado infravalorado hasta que Dilma decidió colocar, inteligentemente, un gran científico a su frente, apreciado en la NASA, fuera de las intrigas políticas.
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Las llamadas carreteras de la muerte Brasil necesita con urgencia rehacer toda su red de infraestructuras que se le han quedado como un trajo de adolescente en un cuerpo de adulto. Carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos, no corresponden a la fuerza económica de la sexta potencia económica del mundo. Basta ver los problemas que el Mundial de Futbol está creando al gobierno.


Brasil necesita, como ya hicieron otros países emergentes, colocar además la educación al centro de sus prioridades, otra realidad que no corresponde con sus bajísimos índices de calidad, sus aún 12 millones de analfabetos y casi un 50% de la población prácticamente de analfabetos funcionales que apenas saben deletrear una frase y escribir su nombre.

Y por último, una reforma a fondo del Estado y de la Política. El sistema Presidencialista de Brasil que necesita de una gran coalición de partidos para poder gobernar, paraliza parte de su crecimiento (el PIB de Brasil es aún pequeño) ante la dificultad de aprobar nuevas leyes y proyectos y abre el camino a una de las mayores corrupciones políticas y empresariales del continente.

El ejemplo del escándalo en curso del empresario de juegos ilegales, Cachoeira, que ha acabado corrompiendo presuntamente a gobernadores, senadores, políticos, policías y hasta a un asesor de la Presidencia, pertenecientes a seis partidos del gobierno y de la oposición, lo demuestran con evidencia.

La suerte es que la Presidenta Dilma es consciente de lo que a Brasil le falta para ser Brasil. Lo está demostrando con la ayuda urgente al mundo de la empresa, con la bajada de impuestos y de los intereses bancarios y con su preocupación por dar valor agregado a la industria brasileña, apostando por la invención, al mismo tiempo que su lucha abierta contra la corrupción.
Lo que ocurre es que esa lucha contra la corrupción que arrastra rio abajo miles de millones de dólares de dinero público, sólo se podrá atajar con una reforma a fondo de la política que se ha quedado con características medievales en un Brasil que ya ha entrado en el siglo XXI.

Y por último, es positivo que, imitando a China, Dilma quiera invadir las mejores Universidades extranjeras de universitarios brasileños para preparar a la nueva generación, pero como ha escrito mi amigo y colega Clovis Rossi, ello sería poco, si no se resuelve el drama de la enseñanza fundamental, una de las peores no sólo del continente sino del mundo. Ese es, en definitiva, el gran reto del Brasil de los BRICS, que quiere sentarse a la mesa de los que deciden los destinos del mundo.
Las escuelas públicas que aún dejan tanto que desear

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