ORIGINAL: Yoroboku
Por MAR ABAD
10 APRIL, 2012
No es nada que no haya pasado antes. Más bien, es algo milenario. Compartir está en la esencia de las personas. Pero hay un modelo económico, que en su versión más descarnada, no quiere oír hablar de ello. El capitalismo, en su voracidad, no soporta que un producto sea usado por más de un individuo. Mejor que cada uno tenga el suyo propio. Mejor que esté guardado en un almacén a que otro lo utilice.
Pero lo mejor, lo mejor de todo, es que una persona compre un artículo y no lo vuelva a usar jamás. Que lo tire. Que haga crecer las bolas de basura que este planeta no sabe cómo digerir y que compre uno nuevo.
Y si algún descerebrado se esmera en cuidar un producto para utilizarlo mucho tiempo, ya se encarga el fabricante de no darle tregua. El documental Obsolescencia programada alertó a la población de que muchos productos se fabrican con la intención de reducir su vida útil. Es la forma de asegurar un consumo continuo en el que la bestia sigue alimentando su gula.
La cosa le funcionó un tiempo pero hoy hace aguas por todos lados. Millones de ciudadanos de todo el mundo buscan y proponen modelos alternativos. Piensan en una economía que recupere los conceptos de compartir, colaborar, reutilizar, reciclar. Nada que no se haya hecho antes. Algo milenario, más bien.
Llaman a estos modelos economía de compartir, economía de la colaboración, consumo colaborativo… Unos lo hacen por ideología y otros por necesidad. Pero su impacto crece cada día en muchos países. El popular business ángel Ron Conway habló de este tipo de conducta como ‘megatendencia’, según una de las webs de referencia de consumo colaborativo, Shareable (Sharing by desing). Y su impacto en la economía global no solo se ha dejado notar en la cantidad de dinero que empiezan a mover las compañías basadas en consumo colaborativo. También lo ha hecho en la reducción de emisiones de carbono y residuos sólidos, el dinero ahorrado, las nuevas relaciones que se están creando y un mayor acceso de los ciudadanos a recursos que de otra forma no podrían disfrutar.
Dos puertas: la empresarial y la social
Dos motivaciones impulsan el consumo colaborativo. Una, social. “Muchas personas crean estos modelos para compartir . El uso es gratis y hay un fuerte componente de socialización. El rendimiento económico no es importante. Es gente que llega desde el procomún y el cooperativismo”, explica Albert Cañigueral, fundador de la plataforma Consumo Colaborativo. Dos, empresarial. “Hay compañías que basan su actividad en modelos de consumo compartido. Ven aquí oportunidad de negocio y se centran en la parte más económica. Muchas de esas firmas ya son rentables y algunas en EEUU han salido a Bolsa”, continúa. Dos modalidades que, según Cañigueral, “se complementan”.
Una de las empresas más conocidas de la primera versión es CouchSurfing. La comunidad online se presenta como un espacio para “conocer nuevas personas de todo el mundo y compartir una comida, una aventura o un hogar”. La plataforma, nacida en 1999, cuenta con más de tres millones de usuarios. Los coachsurfers se conocen a través de la web y así encuentran sofás (couchs) donde quedarse a dormir cuando visitan una localidad. Las estancias no son remuneradas. El sistema se basa en invitación, confianza y un sistema de reputación.
Este servicio, en la modalidad empresarial, lo ofrece, entre otras, la popular Airbnb. La compañía gestiona una red global de alojamientos que ofrecen residentes a cambio de un pago.
La tecnología genera confianza entre dos personas a cien mil kilómetros…
La historia guarda ejemplos de sociedades que basaron el grueso de su economía en compartir. Pero la cosa no abarcó un radio extenso. La novedad esta vez es que el ámbito de actuación pone su límite solo allí donde no llega la Red. El espacio para compartir es el planeta. Y nada tiene de extraño porque internet, al fin y al cabo, nació con la misión de compartir.
… y construye entornos seguros
“La tecnología ha permitido que haya seguridad entre los usuarios. En CouchSurfing, por ejemplo, las personas tienen que cuidar de su reputación porque es lo que hace que le inviten a hospedarse en una casa”, indica Cañigueral.
Muchas plataformas exigen que el perfil de un usuario vaya ligado a su cuenta de Facebook para verificar su identidad y, a menudo, se utilizan sistemas de reputación donde todas las personas que forman la comunidad pueden dar una opinión sobre las demás en función de las relaciones que mantienen.
Esta fórmula, evidentemente, tiene sus agujeros. Pero el uso, como siempre, lo está perfeccionando. Un incidente que ocurrió en el servicio de Airbnb dio lugar a que la compañía incorporara una página de seguridad. El apartamento que había puesto en alquiler una mujer a través de esta plataforma quedó destrozado por sus inquilinos y la firma no lo gestionó ni con rapidez ni eficacia. En un espacio interconectado donde cualquier persona puede relatar su experiencia a una audiencia potencial de 2.000 millones de individuos, las corporaciones no pueden permitirse el lujo de cometer demasiados errores.
El último episodio en la historia del consumo colaborativo
En épocas de crisis, el uso compartido “aporta muchas soluciones para que con menos dinero puedas tener los mismos servicios que antes. Además, esta opción está cobrando fuerza por una cuestión ecológica. Estamos consumiendo una Tierra y media cada año. Esto es insostenible”, comenta el fundador de Consumocolaborativo.com. “La crisis de 2008 hizo resurgir la idea de compartir”.
Había ya algunos proyectos que pretendían fomentar el uso compartido de vehículos, hogares y otros productos y servicios. Un artículo de Tech.li titulado From Airbnb to Zaarly: A Short History Of Collaborative Consumption Startups sitúa a Craigslist (intercambio de productos y servicios, venta, trabajo, relaciones personales…) en los inicios de esta tendencia en EEUU. Nació en 1995 y cuatro años después apareció Couchsurfing. En 2000 surgió ZipCars, una plataforma para compartir coche basado en un modelo europeo, y en 2007 llegó la web para la compraventa de libros usados Chegg.
Un año después la crisis arañaba más que nunca y este tipo de plataformas afloraba sin piedad. Entre ellas,
- Recycled Bride (compraventa de vestidos y complementos de novia de segunda mano),
- Airbnb (alojamiento en casas),
- TaskRabbit (una comunidad donde los usuarios publican una tarea, como montar un mueble o recoger un paquete y el precio que ofrecen a la persona que quiera llevarla a cabo. En la gestión de oferta y demanda está la mediación de la plataforma para garantizar la seguridad de los usuarios y que los pagos sean justos),
- Rent the Runway (alquiler de trajes de gala, ropa de diseñadores, complementos de lujo…),
- Taxi2 (taxi para compartir desde el aeropuerto a la ciudad, con la colaboración de la empresa Virgin Atlantic),
- LooseCubes (locales para compartir oficina),
- Zaarly (plataforma para el móvil en la que los usuarios pueden comprar y vender bienes y servicios a personas que viven en una misma comunidad),
- Getaround (plataforma a través de la cual una persona alquila su coche, cuando no lo está utilizando, a una comunidad de conductores registrados que han demostrado ser de confianza),
- ThredUp (intercambio de ropa de niños),
- Segundamanita.com (intercambio de juguetes),
- ebookfling (intercambio de ebooks) o
- Intercambia.org (plataforma malagueña que promueve intercambios culturales de jóvenes de distintos países).
Una de las grandes ideólogas de este movimiento es Rachel Botsman. En su libro What’s Mine is Yours: The Rise of Collaborative Consumption (Lo que es mío es tuyo: El nacimiento del consumo colaborativo) habla del poder de la colaboración y de compartir a través de la tecnología y de cómo todo ello acabará cambiando los negocios. El pensamiento de la fundadora de la consultoría de innovación Collaborative Lab se resume en esta frase: “Estamos ante una revolución en la forma en la que concebimos la propiedad”.
Un cambio nada baladí también para la revista Time que, en un artículo de marzo de 2011 titulado Diez ideas que cambiarán el mundo, incluyó el consumo colaborativo entre sus “mejores propuestas para arreglar los peores problemas, desde la guerra y la enfermedad hasta el paro y el déficit”. Y uno de sus periodistas, Bryan Walsh, escribía en otra información que “algún día miraremos al siglo 20 y nos preguntaremos por qué comprábamos tantas cosas”.
Diseños para durar…
Dice Cañigueral que está surgiendo en el diseño una tendencia opuesta a la obsolescencia programada. Muchos diseñadores están trabajando “con un interés opuesto”. “Su filosofía se basa en que los productos sean duraderos y sean ajustables para que lo puedan utilizar varias personas o lo pueda usar un niño en su etapa de crecimento”, explica el editor del blog Consumocolaborativo.com. “Hay muchas personas experimentando en el diseño y fabricación de artículos para que duren mucho tiempo. Es la base del diseño sostenible. Es la única forma de evitar la aparición de más residuos”.
(Grow Bikes)
Cañigueral menciona, por ejemplo, frigoríficos que incluyen varios espacios diferenciados para que puedan ser utilizados por distintas personas que viven en un mismo piso, o bicicletas ajustables y expandibles para evitar la compra de varias bicis para un único niño en su etapa de crecimiento. Así lo hace Grow Bikes, del diseñador catalán Alex Fernández Camps, o Kilobike, del grupo de diseño Seed de Kilo Design. Fernández Camps habla de Grow Bikes como “una apuesta personal…, una de esas cosas que simplemente salen como a uno le gustaría… Una suerte”. Y asegura que “mientras hacía el proyecto, sufría por que se acabase y por encontrar un proyecto con el que disfrutar tanto”.
(Grow Bikes)
¿Y si comparto mi lavadora?
La plataforma Consumo Colaborativo tiene una labor fundamentalmente divulgativa, según su fundador. “Faltaba material en español sobre este modelo. Casi todo lo que se ha escrito está en inglés y francés. Nosotros capturamos las piezas más interesantes y las traducimos para el mundo hispanohablante”, especifica. Pero, además, en su página hacen propuestas para fomentar el uso común de bienes y servicios. En un artículo reciente, titulado Comparte con tu vecino: wifi, lavadora y comida, presentan estos tres proyectos.
- La Machine du Voisin. La lavadora, en un hogar, suele pasar mucho más tiempo en reposo que en funcionamiento. Y la opción de la lavandería no siempre está en un lugar próximo, ni es barata, ni es una experiencia agradable. Un estudiante de Lille, en Francia, ha creado esta comunidad online para que los vecinos de un mismo barrio se encuentren a través de esta plataforma para compartir el uso de lavadoras y, de paso, se conozcan entre ellos. El precio por lavado oscila entre 2 y 4 euros, en la mayor parte de los casos, porque el objetivo no es lucrativo. La intención es cubrir los costes originados por el uso del electrodoméstico.
- SuperMarmite. En esta comunidad se reúnen usuarios que están cocinando y usuarios que quieren comprar un plato cocinado por algún vecino porque no tienen tiempo o no saben cocinar. El francés Olivier Desmoulin creó esta comunidad en mayo de 2010 y en la actualidad tiene casi 8.000 seguidores en Facebook.
- Wifis.org. Esta comunidad reúne a personas dispuestas a compartir su wifi con sus vecinos a cambio de “una cerveza” (ese es su lema), un pago mensual o absolutamente nada. Esta propuesta, en la que cada miembro renombra su wifi como wifis.org/loquesea, es una forma de sistematizar y hacer reconocible las redes que muchas personas están dispuestas a compartir con sus vecinos. “Para estar a salvo de posibles problemas legales”, explica el artículo, “wifis.org únicamente facilita el contacto. El acuerdo al que lleguen los usuarios queda al margen de wifis.org”.
Cañigueral va publicando información sobre consumo compartido desde julio de 2011. Su idea inicial no era crear una plataforma para impulsar esta actitud. Eso vino después. Lo primero fue un documento en el que proponía un nuevo modelo socioeconómico que empezaba así: “La sociedad de propietarios, el hiperconsumo y el diseño para la basura son simplemente insostenibles”. Redactó después todo un argumentario, durante 19 páginas, que acaba así: “Las cosas son solo cosas. No te apegues demasiado a ellas”.
Imágenes: Zaarly
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