ORIGINAL: El Mundo
Guillermo Maya Muñoz
23 de Septiembre de 2013
Cuando se habla de innovación, por políticos y economistas, generalmente se argumenta que la innovación reside en las fuerzas del mercado, en el empresariado innovador con su capacidad para afrontar riesgos. El estado es lo opuesto de la innovación y el riesgo. El estado es lento, burocrático, y desperdicia recursos.
Sin embargo, la realidad de la innovación no parece ser así. La innovación no reside en el mercado sino en el estado, el gobierno. Los economistas neoliberales como publicistas de la iniciativa privada no estarán de acuerdo, protestarán y dirán que se equivocan quienes reclaman ese papel para el estado, que no hay nada superior al mercado.
Los trabajos de la investigadora y economista Mariana Mazzucato, egresada de la New School for Social Research University (NY) -también mi Alma Máter-, y profesora en la universidad de Sussex, Inglaterra, señalan al estado como el factor más importante para generar innovación tecnológica. Su reciente libro el Estado Empresarial: Derribando los Mitos Sector Público vs Sector Privado (The Entrepreneurial State, 2013) discurre sobre esta hipótesis, al igual que su libro previo (2011). La presentación del libro en su sitio web www.marianamazzucato.com se puede resumir así:
El "Estado Empresarial" echa por tierra el mito del Estado como una organización burocrática grande que puede en el mejor de los casos facilitar la innovación creativa que sucede en el dinámico sector privado. En el análisis de varios estudios de casos sobre el crecimiento impulsado por la innovación, el libro describe la situación opuesta, señalando que el sector privado sólo se atreve a invertir después de que el Estado ha realizado las inversiones de alto riesgo. Este libro sostiene que en la historia del capitalismo moderno, el Estado ha generado actividad económica que de otro modo no habría sucedido, y ha abierto activamente nuevas tecnologías y mercados en los que los inversores privados más adelante pueden entrar. Lejos de las críticas a menudo escuchadas al Estado de que potencialmente “desplaza” las inversiones privadas, el Estado hace que sucedan, formando y creando mercados, no sólo “corrigiendo” sus fallas. Ignorar esta realidad sólo sirve a fines ideológicos, y perjudica a la formulación de políticas eficaces.
Este libro examina estudios de casos que van desde el advenimiento de Internet al surgimiento de las industrias de la biotecnología y la nanotecnología. En particular, el volumen desmiente el mito de que Silicon Valley ha sido creado por el capital de riesgo privado. Un capítulo importante se centra en inversiones del estado detrás del éxito de Apple, y revela que todas las principales tecnologías que sustentan el desarrollo del iPhone deben su origen a los fondos públicos. Mientras las personas emprendedoras como Steve Jobs son necesarias, su éxito es casi imposible sin su habilidad para subirse a la ola de inversiones del Estado. Y si Europa quiere sus propios Googles, necesita más acción del Estado, no menos.
Dos de los capítulos del libro se centran en el examen de la próxima gran área de innovación después de internet: la “revolución verde”. Tanto la energía solar y la tecnología eólica actualmente están siendo guiados por el gasto del Estado, ya sea a través del programa ARPA-E (EE.UU) o por los bancos de inversión de los estados chino y brasileño. La discusión refrescante se mueve más allá de la habitual división entre los partidarios de la austeridad frente a los defensores de los estímulos fiscales. Argumenta que las inversiones del estado no sólo ayudan a disparar el crecimiento durante los períodos de recesión, sino que además, incluso en períodos de auge, conducen a inversiones productivas en nuevas tecnologías radicales que luego promueven décadas de crecimiento.
El libro termina con una pregunta fundamental: si el Estado es tan importante para las inversiones en innovación de alto riesgo, ¿por qué captura tan poco en el retorno directo de las inversiones? Sin embargo, Google y Apple por ejemplo, deberían devolver más a la sociedad, y los ciudadanos que financiaron sus innovaciones con impuestos.
¿Dónde estaría hoy Google sin las inversiones financiadas por el estado en el desarrollo de internet, y sin las subvenciones con que la Fundación Nacional de Ciencias de EE.UU (NSF) financió el descubrimiento de su propio algoritmo? ¿El iPad sería tan exitoso sin las innovaciones financiadas por el estado de las tecnologías de comunicación, GPS y pantalla táctil?
No se trata de que el estado corrija las fallas del mercado, o que la política industrial escoja a los “ganadores”, o que el gasto público estimule la demanda insuficiente, se trata de que el estado tome el papel líder en la innovación. El estado funciona, en términos de Mazzucato, en el papel de asumir los riesgos, abriendo el camino a nuevas tecnologías, antes de que el sector privado entre a rentabilizarlas en aplicaciones industriales.
En conclusión, para la realidad colombiana, la transformación de Colciencias, como instrumento institucional del gobierno para el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación, es una necesidad apremiante, a la luz de las experiencias de los países desarrollados, como las descritas y analizadas por Mazzucato. Es necesario un estado, y un sector privado, más comprometido con la ciencia y la investigación, sin dejar de lado el desarrollo experimental y la innovación. Sin embargo, Colciencias retrocede, y el gobierno la entrega a los políticos, de acuerdo a Moisés Wasserman, ex rector de la UN.
Guillermo Maya Muñoz
23 de Septiembre de 2013
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Cuando se habla de innovación, por políticos y economistas, generalmente se argumenta que la innovación reside en las fuerzas del mercado, en el empresariado innovador con su capacidad para afrontar riesgos. El estado es lo opuesto de la innovación y el riesgo. El estado es lento, burocrático, y desperdicia recursos.
Sin embargo, la realidad de la innovación no parece ser así. La innovación no reside en el mercado sino en el estado, el gobierno. Los economistas neoliberales como publicistas de la iniciativa privada no estarán de acuerdo, protestarán y dirán que se equivocan quienes reclaman ese papel para el estado, que no hay nada superior al mercado.
Los trabajos de la investigadora y economista Mariana Mazzucato, egresada de la New School for Social Research University (NY) -también mi Alma Máter-, y profesora en la universidad de Sussex, Inglaterra, señalan al estado como el factor más importante para generar innovación tecnológica. Su reciente libro el Estado Empresarial: Derribando los Mitos Sector Público vs Sector Privado (The Entrepreneurial State, 2013) discurre sobre esta hipótesis, al igual que su libro previo (2011). La presentación del libro en su sitio web www.marianamazzucato.com se puede resumir así:
El "Estado Empresarial" echa por tierra el mito del Estado como una organización burocrática grande que puede en el mejor de los casos facilitar la innovación creativa que sucede en el dinámico sector privado. En el análisis de varios estudios de casos sobre el crecimiento impulsado por la innovación, el libro describe la situación opuesta, señalando que el sector privado sólo se atreve a invertir después de que el Estado ha realizado las inversiones de alto riesgo. Este libro sostiene que en la historia del capitalismo moderno, el Estado ha generado actividad económica que de otro modo no habría sucedido, y ha abierto activamente nuevas tecnologías y mercados en los que los inversores privados más adelante pueden entrar. Lejos de las críticas a menudo escuchadas al Estado de que potencialmente “desplaza” las inversiones privadas, el Estado hace que sucedan, formando y creando mercados, no sólo “corrigiendo” sus fallas. Ignorar esta realidad sólo sirve a fines ideológicos, y perjudica a la formulación de políticas eficaces.
Este libro examina estudios de casos que van desde el advenimiento de Internet al surgimiento de las industrias de la biotecnología y la nanotecnología. En particular, el volumen desmiente el mito de que Silicon Valley ha sido creado por el capital de riesgo privado. Un capítulo importante se centra en inversiones del estado detrás del éxito de Apple, y revela que todas las principales tecnologías que sustentan el desarrollo del iPhone deben su origen a los fondos públicos. Mientras las personas emprendedoras como Steve Jobs son necesarias, su éxito es casi imposible sin su habilidad para subirse a la ola de inversiones del Estado. Y si Europa quiere sus propios Googles, necesita más acción del Estado, no menos.
Dos de los capítulos del libro se centran en el examen de la próxima gran área de innovación después de internet: la “revolución verde”. Tanto la energía solar y la tecnología eólica actualmente están siendo guiados por el gasto del Estado, ya sea a través del programa ARPA-E (EE.UU) o por los bancos de inversión de los estados chino y brasileño. La discusión refrescante se mueve más allá de la habitual división entre los partidarios de la austeridad frente a los defensores de los estímulos fiscales. Argumenta que las inversiones del estado no sólo ayudan a disparar el crecimiento durante los períodos de recesión, sino que además, incluso en períodos de auge, conducen a inversiones productivas en nuevas tecnologías radicales que luego promueven décadas de crecimiento.
El libro termina con una pregunta fundamental: si el Estado es tan importante para las inversiones en innovación de alto riesgo, ¿por qué captura tan poco en el retorno directo de las inversiones? Sin embargo, Google y Apple por ejemplo, deberían devolver más a la sociedad, y los ciudadanos que financiaron sus innovaciones con impuestos.
¿Dónde estaría hoy Google sin las inversiones financiadas por el estado en el desarrollo de internet, y sin las subvenciones con que la Fundación Nacional de Ciencias de EE.UU (NSF) financió el descubrimiento de su propio algoritmo? ¿El iPad sería tan exitoso sin las innovaciones financiadas por el estado de las tecnologías de comunicación, GPS y pantalla táctil?
No se trata de que el estado corrija las fallas del mercado, o que la política industrial escoja a los “ganadores”, o que el gasto público estimule la demanda insuficiente, se trata de que el estado tome el papel líder en la innovación. El estado funciona, en términos de Mazzucato, en el papel de asumir los riesgos, abriendo el camino a nuevas tecnologías, antes de que el sector privado entre a rentabilizarlas en aplicaciones industriales.
En conclusión, para la realidad colombiana, la transformación de Colciencias, como instrumento institucional del gobierno para el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la innovación, es una necesidad apremiante, a la luz de las experiencias de los países desarrollados, como las descritas y analizadas por Mazzucato. Es necesario un estado, y un sector privado, más comprometido con la ciencia y la investigación, sin dejar de lado el desarrollo experimental y la innovación. Sin embargo, Colciencias retrocede, y el gobierno la entrega a los políticos, de acuerdo a Moisés Wasserman, ex rector de la UN.
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