Sheril Kirshenbaum, autora de “La ciencia de besar”, estudió cualidades químicas, sociales e históricas del beso, el cual es más que una simple demostración de cariño.
“The Kiss by the Hôtel de Ville,” taken in Paris in 1950. (Photo: Robert Doisneau) |
El beso tiene el poder de generar fenómenos químicos en los cuerpos, que son responsables del enamoramiento. Mientras que la hormona oxitocina “nos da una fuerte sensación de apego a otra persona, es responsable de atar y mantener nuestras relaciones por un periodo largo de tiempo”, la dopamina se eleva cuando besamos, y es “responsable de esos sentimientos de deseo ardiente y el no poder esperar para estar con esa persona”, expresó Kirshenbaum.
La científica también identificó la actuación de un neurotransmisor, la serotonina, “que es responsable de los pensamientos incesantes hacia alguien, especialmente cuando besamos a alguien nuevo”.
Según la autora, un beso es capaz de brindarnos pistas sobre cuán compatibles somos con la persona con la cual nos besamos; “comenzamos a usar nuestro sentido del olfato, gusto y tacto, y todo ello nos provee de una serie de pistas sobre” la compatibilidad.
Kirshenbaum identificó que las mujeres se sienten más atraídas a hombres con diferentes genes a los suyos, por lo cual les atrae inicialmente el aroma de esos hombres, desconociendo de manera consciente por qué se sienten de esa manera. Según manifestó ante la BBC, experimentos científicos han revelado que las mujeres parecen descifrar inmediatamente si alguien es un buen complemento genético dado que sería bueno para sus hijos.
No sólo se limitó a analizar el beso romántico, sino también el beso social, aquel que se da en la mejilla como saludo y que tiene un “significado evolutivo, porque refuerza lazos, acicala o refleja una jerarquía social”. No obstante, en algunos países de América Latina o de Europa, Francia, Italia, es más probable ver a gente besándose en espacios abiertos que en China, Japón o Medio Oriente, donde no se ven manifestaciones de afecto públicas.
Kirshenbaum también estudió la cualidad histórica del beso, preguntándose qué conductas desplegaban los individuos antes de descubrir el beso. “Se lamerían, soplarían, chuparían, pellizcarían, hasta existió en una cultura donde de hecho se mordían las pestañas cuando tenían encuentros íntimos”, expresa la científica.
Asimismo, reivindicó las capacidades positivas del beso, el cual puede minimizar el stress, disminuir la presión arterial o fortalecer los lazos sociales.
(Foto: flickr.com/richardmasoner)
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