ORIGINAL: Universidad Nacional
Para posicionarse en el mercado, las empresas se centran en aspectos científicos, tecnológicos y organizacionales, y descuidan el diseño. Sin embargo, tener en cuenta la relación del producto con el usuario, en términos estéticos, podría introducir una ventaja competitiva.
La palabra innovación aparece cada vez más en el panorama. Sin embargo, en el país, esta “locomotora” no arranca. Según cifras oficiales, solo el 12% de las empresas colombianas innovan. Esto preocupa en un contexto en el que los tratados de libre comercio amenazan con convertirnos en consumidores de lo foráneo sin que, a la vista, haya acciones concretas para que los productores respondan a esta avalancha y sean competitivos.
Un análisis más detallado del asunto lo evidencia el índice global de competitividad (IGC), presentado en el Foro Económico Mundial: entre 144 países, Colombia se sitúa en el puesto 66 en capacidad de innovación (véase el recuadro).
Según el profesor Álvaro Zerda, de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia y uno de los editores del libro Innovación, desafío para el desarrollo en el siglo XXI, otros estudios indican que, en las empresas del país, no hay una cultura de la innovación como estrategia.
Como telón de fondo se encuentran las altas sumas invertidas en investigación que se pierden, por miedo al riesgo, por falta de alianzas estratégicas entre instituciones de educación superior e industria (que permitan articular el conocimiento derivado de la academia con la tecnología para desarrollar los artículos) o por la falta de visión para llevar los productos al mercado.
De este último proceso se ocupa, precisamente, el diseño. Según los investigadores del Observatorio de Diseño Aplicado (ODA) de la UN en Bogotá, se trata de una forma de innovación diferente de la que procede de la ciencia y la tecnología que, si bien se puede apoyar en ellas, impulsa desarrollos tecnológicos centrados en lo estético, lo emocional y el usuario; de los cuales cada día se encuentran más ejemplos.
Por eso, resulta ser un buen enlace entre la tecnología, la producción empresarial y el mercado. De hecho, según el profesor Miguel Rolando Ruiz, investigador del ODA, es a través del diseño como se pueden integrar función y emoción para innovar.
El papel de la estética
El diseño crea valor desde la concepción misma del artículo, al ofrecer nuevas e incluso inesperadas experiencias de uso, más prácticas, amigables y placenteras en términos estéticos.
Hoy no basta con que un producto funcione. Es preciso que guste, que sorprenda, que enamore. La escritora Virginia Postrel, en su libro The Substance of Style, insiste repetidamente en los aspectos emocionales y de “contenido sensorial” propios del diseño, los cuales resultan determinantes para lograr la aceptación de los productos en el mercado.
Si se revisa, por ejemplo, el caso de la “guerra de patentes” por la que, según el primer veredicto, Samsung Electronics Co. deberá pagar 1.050 millones de dólares a Apple Inc., se observa que, más allá de la feroz competencia tecnológica, hay una disputa por el diseño tanto de las aplicaciones gráficas interactivas como de la forma y apariencia de los dispositivos móviles (smartphones).
The Wall Street Journal Americas reporta que “los miembros del jurado enviaron una señal a las empresas de que tienen que ser mucho más cuidadosas a la hora de incorporar elementos básicos de diseño en sus aparatos electrónicos, especialmente aquellos que afectan la forma como se ven y se sienten”.
Por ejemplo, entre los detalles destacados en el fallo, que reafirman que se trata de un asunto de diseño, Guillermo Santos Calderón menciona en El Tiempo: “la forma de la pantalla de su iPhone, con las esquinas redondeadas; el sitio en el que se puso el parlante y la distribución de los íconos en su pantalla [...], la manera en que rebota una pantalla cuando se ha llegado al final del contenido, el uso de los dedos cuando se pincha y se agranda la pantalla y cuando se golpea suavemente para hacerle zoom al contenido”.
Y es que cómo se ve y se siente (look and feel) un artefacto hace la diferencia para el usuario y puede llevar a un artículo al éxito o al fracaso, pues, en esta “sociedad del hiperconsumo”, es él quien le otorga sentido a partir de su experiencia de uso y sus emociones.
Entonces, como propone el experto en Estética de la UN Raúl Domínguez Rendón, en su libro El diseño industrial en la sociedad de consumo, hay que pensar en “cómo pueden ser mejoradas las estrategias de posicionamiento y competencia de productos, en cómo se transfieren las necesidades [y deseos] del usuario a especificaciones técnicas y formas estéticas”.
Hacia una cultura del diseño
En este sentido, el profesor Ruiz propone verlo como una alternativa significativa y diferenciada para innovar, dado que este puede enriquecer el nivel de la producción y proporcionar, además del valor agregado, una amplia ventaja competitiva.
Justamente, el Observatorio ha querido incidir en políticas públicas relacionadas, a fin de crear una cultura del diseño en el país entendida como “la incorporación de preocupaciones por la innovación, la estética y la calidad, así como de referentes de usabilidad, funcionalidad y sostenibilidad ambiental y cultural, en los modos de pensar, percibir y obrar de productores, consumidores y otros agentes”.
Lo cierto es que, si el país no quiere quedarse rezagado en esta materia, es imprescindible tejer hilos entre la universidad y las empresas, de tal modo que se abra un espacio a estas preocupaciones.
El diseño tiene mucho por hacer: puede ayudarnos a llevar una vida más cómoda y placentera, a disfrutar de un entorno rico estéticamente y a facilitar nuestras relaciones con los productos y aparatos. En este mundo global, eso es lo que están esperando los usuarios y consumidores.
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