ORIGINAL: WWF Colombia
25 mayo 2012
Entrevista Leonardo Boff, teólogo |
Rio 92 supuso un punto de inflexión en la historia personal de Leonardo Boff, miembro del Consejo Central de la Carta de la Tierra, teólogo, filósofo, conferenciante y escritor, pues fue durante aquella conferencia cuando decidió abandonar la Orden de los Frailes Menores (franciscanos), en la que había ingresado en 1959, con apenas 21 años.
Durante aquel evento, hace dos décadas, en Rio de Janeiro, participó en un debate sobre religión y paz y criticó el judaísmo, el cristianismo y el islamismo «por su beligerancia». Boff fue advertido por un «cardenal espía del Vaticano», que se quejó de que no estaba cumpliendo el «silencio obsequioso» que determinaba Roma. Tras ser censurado debido a la teología de la liberación, el Vaticano quería que abandonase Brasil y cumpliera «silencio obsequioso» en un convento de Corea o de las Filipinas. Leonardo Boff no aceptó aquella nueva imposición de silencio y decidió alejarse de la Iglesia.
Además de ese hito en su trayectoria personal, Leonardo Boff recuerda la atmósfera de la conferencia. Según él, había «una mística que unía a todos, en el amor a la Tierra, en la reconciliación de todos más allá de sus diferencias. Parecía que allí nacía otro tipo de humanidad respetuosa con la naturaleza». Esa imagen es radicalmente diferente de las expectativas sobre Rio+20 y sus preparativos. En su opinión, el texto de base, por ejemplo, «es una vergüenza para la inteligencia mundial (…). Es un documento conmovedor en cuanto a su buena voluntad, pero ingenuo en lo tocante a la autocrítica y a la presentación de las propuestas que hace», dice con la misma franqueza que asustó al «cardenal espía» hace 20 años. Vea a continuación la entrevista que Leonardo Boff le concedió por escrito a WWF.
El evento, como tal, era la expresión de un tipo de pensamiento y una visión del mundo diferentes, y de una relación con la Tierra que no era considerada un almacén de recursos explotables, sino como la gran casa común que debíamos cuidar. Había una mística que unía a todos, en el amor a la Tierra, en la reconciliación por encima de las diferencias. Parecía que estaban forjando otra humanidad diferente, respetuosa con la naturaleza y con las diferencias y fraterna. Para mí fue un momento inolvidable, porque tras un debate sobre religión y paz en que participé y en que critiqué duramente a las religiones abrahámicas por su beligerancia, un cardenal espía del Vaticano, el cardenal Baggio, me buscó y me dijo: «Usted no aprende nada con el "silencio obsequioso". Tiene que salir, no solo de Brasil, sino de América Latina. Puede elegir entre Corea o Filipinas. Pero tiene que salir». Yo le pregunté: «¿Pero en aquellos países podré enseñar teología y continuar escribiendo»? A lo que me respondió: «Debe permanecer en silencio obsequioso en el convento». Yo le respondí: «La primera vez, acepté el silencio en señal de humildad; eso fue una virtud. Ahora, ese silencio impuesto es manifiestamente injusto y representa un pecado; y eso no lo acepto.» Y replicó: «Tiene hasta mañana a mediodía para tomar una decisión.» Yo le respondí: "Ya he decidido. Abandono una trinchera pero no la lucha. Me autopromuevo al estado de Jesús, que no era sacerdote y mucho menos cardenal, pues era un seglar de la tribu de David, en la que nada se dice sobre el sacerdocio». Y entonces tuve que abandonar la orden franciscana y dejar el ministerio sacerdotal. No es un recuerdo agradable. Lo peor fue la absoluta falta de cortesía del cardenal, que fue nuncio apostólico en Brasil. Al extender la mano para saludarlo, él retiró la suya. Y recordé a San Francisco, que saludaba todos y se hizo amigo hasta del feroz lobo. ¿Por qué yo, franciscano, debería ser diferente y no entender la rudeza de un cardenal de mente estrecha y lleno de espíritu de venganza?
¿Qué países tuvieron una participación más destacada en Rio 92? ¿Cómo fue la participación de los países de América Latina?
No sé qué países latinoamericanos participaron. Lo que sí sé es que el novedoso gran actor que emergió en Rio 92 fueron las mujeres. Ellas, en su pabellón Femenina, que siempre estaba lleno, organizaron excelentes debates y significativos rituales. Dirigieron críticas muy contundentes al patriarcalismo que se esconde detrás del proceso industrialista/consumista y que está en la raíz de nuestra cultura de dominación.
¿Cuál fue el principal legado de la conferencia de Rio 92?
Los frutos fueron escasos, pues si no no estaríamos en la delicada situación en que nos encontramos. Pero se escuchó el Grito de la Tierra, se extendió la conciencia de que somos responsables de nuestro futuro común. En Rio 92 se consagró la ambigua expresión desarrollo sostenible, que indica que no podemos seguir con la salvajada del tipo de desarrollo dominante, que no es desarrollo sino crecimiento material a cualquier precio. La categoría de la sostenibilidad ocupó un lugar central y se instaló definitivamente en el debate. Se puso sobre la mesa la cuestión de la distinta contribución de todos los países para enfrentar la crisis ecológica, la lucha contra el hambre y la miseria. Se apuntó por vez primera al considerable calentamiento del planeta, aunque no ello tuviera consecuencia alguna. Para mí, la mayor limitación de toda la conferencia fue el rechazo de una Carta de la Tierra, que tendría que haber sido el eje en que se basaran todos los demás proyectos. Nació algo notable y perenne: el programa 21. Pero se quedó como en una nebulosa, sin una visión de conjunto del planeta, de los ecosistemas interconectados. En aquel momento, Mijaíl Gorbachov, el ex secretario general del comité central del Partido Comunista de la Unión Soviética, Maurice Strong, subsecretario general de la ONU, y el primer ministro holandés, Rudd Ludders, propusieron la idea de hacer una consulta a la humanidad y elaborar una Carta de la Tierra, que se hiciera de abajo hacia arriba, partiendo de los pueblos y no de las burocracias estatales. Participé en aquel debate y sugerí que se invitara a Paulo Freire, pues en todas esas cuestiones hay un problema de pedagogía, y no había nadie mejor que Paulo Freire para tratar esta cuestión. Tras su muerte, yo entré con fuerza para elaborar un borrador en representación de las Américas, cuya versión final fue bastante aprovechada.
Entre las resoluciones de la conferencia, ¿hay algún ámbito en que no se hayan registrado avances?
Creo que se ha avanzado en la conciencia de la responsabilidad, primero sobre la responsabilidad social de las empresas, y luego sobre la responsabilidad socio-ambiental. Lo más importante fue la creación de una conciencia ecológica colectiva, que dejó de ser algo de los verdes y pasó a ser de toda la sociedad. Y creció más y más si sigue aumentando la conciencia de que, tal como están las cosas, no podemos seguir. Debemos cambiar. De lo contrario, vamos al encuentro de lo peor.
¿Cuál debería ser el principal resultado de Rio+20?
No espero nada de los jefes de Estado. La mayoría ni asistirán; enviarán a ministros sin poder de decisión. Todo termina en un callejón sin salida: ¿quién financiará las medidas que eventualmente se tomen? Todos alegan que no tienen dinero, que están en una crisis económica y financiera y que no pueden ayudar. Como trasfondo está la perversa visión capitalista neoliberal: lo que cuenta son los mercados, las monedas, el sistema económico-financiero, y no la vida, la humanidad, el futuro de nuestra civilización y la preservación de la vitalidad de la Tierra. Y así, solemnemente, nos dirigimos hacia un posible y previsible desastre ecológico-social. Pero crecerá, dialécticamente, la consciencia de la humanidad, representada en la Cumbre de los Pueblos. Ellos tratan las verdaderas cuestiones, confiando en que «cuando una idea llega a su madurez, nadie más puede detenerla y se impondrá y creará un nuevo curso para la historia». Nos salvaremos e inauguraremos una nueva forma de habitar el planeta, más respetuosa hacia la vida y más solidaria para con todos los seres humanos, especialmente con aquellos que sufren.
¿Qué opinión le merece el texto de base de Rio+20?
Ese documento es una vergüenza para la inteligencia mundial, después de tantos años ha acumulado pensamiento y experiencias sobre la crisis de la Tierra. Es un documento conmovedor en cuanto a su buena voluntad, pero ingenuo en lo que respecta a la autocrítica y a la presentación de mediaciones para las propuestas que hace. Los tres temas centrales,
- la sostenibilidad,
- la gobernanta global y
- la economía verde,
- el modo de producción que devastaron naturaleza,
- las desigualdades (injusticias sociales) y
- la urgencia de modelos alternativos de consumo de los límites alcanzados en la Tierra, que no consigue reponer lo que sacamos de ella.
¿De qué forma pueden el sector empresarial y la sociedad civil contribuir a la conservación del medio ambiente y al desarrollo sostenible?
Mientras no surja un nuevo paradigma de relación con la naturaleza y con la Tierra y sigamos con este modo industrialista/consumista/individualista, no se puede esperar ningún cambio sustancial para mitigar la crisis generalizada. Las empresas son fundamentales, pues ellas son las que garantizan la infraestructura material de la vida. Pero son víctimas del modelo imperante, que es la acumulación sin límites, al precio de devastar la naturaleza, y no quedarse atrás en la competencia. Ese método es el camino seguro hacia el desastre. Estoy de acuerdo con Hegel cuando dice: «El ser humano aprende de la historia que no aprende nada de la historia, pero aprende todo del sufrimiento.» Pienso que no cambiaremos hasta que el sufrimiento sea colectivo y afecte a todo el mundo. En caso contrario, corremos el riesgo de que la Tierra continúe, pero sin nosotros.
¿En qué medida es viable la estructuración de la llamada «economía verde»? ¿Sería también importante una «economía azul»?
La economía verde tiene elementos importantes que tenemos que valorar, pues quiere preservar la vitalidad de la naturaleza. Sin embargo, no pone en cuestión el paradigma vigente que supone la dominación de la naturaleza y la acumulación ilimitada y el consumo a todo trapo. No cuestiona las desigualdades mundiales ni que gran parte de los pueblos vivan en la pobreza. Y hay un alto riesgo de que se ponga precio a todo, hasta a los commons, es decir, a los bienes y servicios directamente vinculados a la vida, como el agua, los alimentos, las semillas, los suelos, el aire, la energía, etc. Pero la vida es sagrada y no puede ser transformada en una mercancía.
Si eso sucediera, habríamos alcanzado la cumbre del espíritu capitalista y, a partir de ahí, también su desmoronamiento. Lo que es sagrado es inviolable, y una vez violado crea mecanismos de castigo y exclusión, algo de lo que nos alertan continuamente los cosmólogos y los biólogos. No queremos el fin del mundo. Lo que queremos es el fin de este tipo de mundo hostil a la vida, la solidaridad, la compasión y al amor.
Desde la perspectiva del acceso de los ciudadanos a los alimentos, el agua y la energía, ¿cómo deben ver los gobiernos y la sociedad el medio ambiente? ¿Cuál es la solución de futuro para la Amazonia, para Brasil y para América Latina?
Esa pregunta es excesivamente compleja para ser respondida. Pero lo que yo creo es que no debemos esperar mucho de los poderes públicos y los gobiernos, pues son rehenes de las grandes corporaciones del sistema del capital. Están obligados a seguir su lógica, que es que crezca su PIB cuando menos un poco todos los años. Ahora bien, la Tierra ya no puede soportar esa lógica, y ha llegado a sus límites, que ya se hacen palpables. Yo espero soluciones que vengan desde abajo, de los indignados y de los desesperados, de los que no aceptan el veredicto de muerte sobre sus vidas y sus ecosistemas, de los movimientos que han creado otra visión de la Tierra y de los procesos de producción de lo suficiente y de lo decente para nosotros, los humanos, y para toda la comunidad de vida. Creo que el proyecto del «buen vivir» de los pueblos andinos atesora la solución de lo que será obligatorio para toda la humanidad y para conservar el planeta. Y eso será buscar el equilibrio en todo, llegar a una economía de lo suficiente y no de la acumulación, de la comunión entre todos los seres y también con las energías universales y espirituales, y vivir en profunda comunión con la Pacha Mama, la Tierra, nuestro único Hogar Común, pues no tenemos otro hogar posible. O haremos eso o enfrentaremos la extinción lenta de nuestra especie y una profunda agresión a la biosfera que continuará, pero sin nuestra especie, la cual, debido a su agresividad, creó una nueva era geológica, el antropoceno, es decir, el ser humano como verdadero meteoro rasante capaz de autodestruirse y dañar profundamente al planeta vivo, a la Tierra. Pero, como el espíritu está primero en el universo y luego en nosotros, quién sabe, tal vez dentro millones de años surja un ser complejo capaz de soportar el espíritu e inaugurar otro tipo de civilización, seguramente mejor y más benéfica que la nuestra.
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