Aparte de los indígenas se está negando la existencia de un ecosistema único y especial
¿Indígenas en el Tayrona? ¿Cuáles indígenas?
Daniel Samper Pizano. El Tiempo
Temo que no contaremos con el apoyo del nuevo ministro de Ambiente, mi admirado amigo Frank Pearl.
¿Qué se está cocinando exactamente en el proyecto de superhoteles en el Parque Tayrona que anunció el presidente Juan Manuel Santos como quien no quiere la cosa? Es sospechoso el silencio que rodea el asunto. Ni la presidencia ni el nuevo ministro de Ambiente hablan de él. Sin embargo, se perciben movimientos invisibles e inquietantes en el mundo de los escritorios y los permisos.
Para empezar, y a instancias de la empresa interesada en levantar hoteles de lujo en un Parque Natural Nacional (lo cual viola la ley), el Ministerio del Interior certificó hace apenas tres meses que en la zona del parque destinada al plan hotelero no hay indígenas. Así como lo leen. Un abogado samario, el doctor Alejandro Arias, descubrió un oficio enviado el 21 de julio por Paola Bernal Valencia, coordinadora del Grupo de Consulta Previa, donde declara paladinamente que, tras examinar documentos geográficos y etnológicos, llegó a la conclusión de que "no se registran comunidades indígenas en el área denominada sector Arrecifes-el Cabo del Parque Tayrona".
El comunicado debió de alegrar mucho a la Promotora Arrecifes, de Santa Marta, pues le permite seguir adelante con su proyecto de siete estrellas. De eso se trataba.
¡Conque no hay indígenas en el Tayrona! Qué raro, porque otros documentos oficiales, como el 'Diagnóstico de situación del pueblo indígena kogui', publicado por el Programa Presidencial de Derechos Humanos, declara que "el territorio que habitan los koguis" abarca el Parque Nacional Sierra Nevada de Santa Marta y el Parque Nacional Tayrona. Este incluye 55 kilómetros de costa y aclara, para que no haya dudas, que "se extiende desde el litoral caribe hasta 900 metros sobre el nivel del mar". Cubre, pues, Arrecifes y el Cabo.
La ley acota un globo general de territorio como zona donde los indígenas proyectan su presencia desde hace siglos. Hasta allí subió el presidente Santos el día de su posesión y, convertido súbitamente en protomamo, juró ser fiel a los principios de respeto a la naturaleza que profesan los primitivos habitantes de la región.
El hecho de que en determinado momento una funcionaria del Ministerio del Interior no encuentre malocas, poporos ni indios en algún punto concreto del parque no significa que ese lote se halle fuera de la comunidad y pueda entregarse a quien desee explotarlo comercialmente. Tampoco hay chivos ni personas en la mayoría del desierto guajiro, pero no por eso deja de ser colombiano.
Arias revela algunos puntos relacionados con el lujoso centro hotelero al que blinda un muro de silencio. Señala que afectará a trece veredas -nada menos- y a los poblados de Taganga y Guachaca. En reciente escrito avisa que las autoridades locales acudirán a cualquier "tipo de falacias" para convertir el parque en zona hotelera, y acaba diciendo: "Ojalá desde Bogotá puedan hacer algo por lo nuestro".
No solo desde Bogotá. De toda Colombia recibo mensajes contra el superhotel del Tayrona. Temo, sin embargo, que no contaremos con el apoyo del nuevo ministro de Ambiente, mi admirado amigo Frank Pearl. Sus avances sobre la política que piensa adelantar son descorazonadores: "Vamos a renunciar a algunas cosas para alcanzar el crecimiento económico, pero a proteger otras que son esenciales". Pregunto: ¿es esencial proteger los parques, o están ellos en la lista de renuncias?
Hace 15 días pedí a Pearl que vistiera la camiseta de los defensores de la naturaleza. Por sus palabras, deduzco que llegué tarde; ya le pusieron el traje del verdugo aseado. Ojalá me equivoque, pero lo veo como un desarrollista perdido en el bosque.
cambalache@mail.ddnet.es
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