Enseña en un liceo de París a chicos carenciados que la sociedad condena a un fracaso al cual él no se resigna. Su decisión de volver a los métodos tradicionales da resultados y atrae la atención mediática
Jérémie Fontanieu no inventó nada nuevo. Lo suyo es la "vieja escuela": disciplina, esfuerzo, exigencia y evaluaciones periódicas; conceptos que cierta pedagogía moderna ha convertido en malas palabras, con resultados que están a la vista, tanto en Francia como en Argentina, dos de los países que año a año retroceden en las pruebas PISA.
La revista Cahiers Pédagogiques entrevistó a este profesor que, con sólo 25 años de edad y 3 de experiencia docente, no teme ir contra la corriente pedagógica dominante que considera que presionar a los alumnos es autoritarismo.
Fontanieu enseña Ciencias Económicas y Sociales a estudiantes de los últimos años del liceo Eugène Delacroix, en la localidad de Drancy, una zona "desfavorecida" del gran París, de esas a las que las autoridades educativas y políticas suelen abandonar a su suerte por considerarlas inevitablemente condenadas a la marginalidad.
En rebelión abierta contra ese fatalismo, Fontanieu se fijó como meta lograr que todos sus alumnos aprueben el bachillerato, sin excepción. (En Francia, el título secundario no se obtiene por promoción sino a través de un examen al concluir la cursada del último año).
En la universidad, dice este graduado de Ciencias Políticas, "consumió mucho Pierre Bourdieu", el sociólogo que expuso los mecanismos de reproducción de las jerarquías sociales. Pero él decidió luchar para quebrar esa lógica que condena al hijo de pobre al fracaso escolar. "En la facultad descubro el mundo escolar a través de Bourdieu, pero luego me vuelvo profe y veo que tiene razón pero yo me digo: el mundo es como es, ¿lo acepto? Yo quiero una escuela que recupere su rol de ascensor social".
"Por un lado están las desigualdades sociales, el racismo, la discriminación; parte del fracaso escolar se debe a la sociedad, innegablemente –explicó Jérémie en una entrevista radial-. Pero también hay una parte muy importante que es la responsabilidad individual, qué hacemos con nosotros mismos. Yo pongo a mis alumnos a es-tu-diar. Y hay una diferencia colosal entre el momento en que empiezan y cuando le toman el gusto al estudio e interiorizan la ambición. O sea, está el sistema, pero hay espacio para llegar luchando, y cuanto más obstáculos a vencer, más bella es la victoria".
En el liceo de Drancy, constató "mucho abandono y resignación en chicos que sienten que están condenados al fracaso y entonces no estudian". Y acá entra la responsabilidad de la escuela, muchas veces eludida por maestros y autoridades con el argumento de la no coerción y la libertad de los alumnos. Jérémie se coloca en las antípodas de esta actitud.
"Yo quiero torcerles el brazo a los determinismos sociales, dice. Estos chicos no tienen método ni disciplina de estudio, pero no es sorprendente, tampoco yo lo tenía a su edad. Pero yo vengo de un medio burgués, hice Ciencias Políticas porque pude ir a una preparatoria paga. En este barrio, o llegan por la escuela o les será muy difícil".
Está convencido de que el bachillerato es accesible a todos, pese al panorama desolador: estudiantes desmotivados, poco dispuestos a trabajar, proclives a la violencia verbal y la falta de respeto. En un distrito que, además, tiene históricamente resultados por debajo del promedio.
No importa: él quiere devolverles el gusto por el estudio, aún apelando a la "mano dura", como dice con ironía. De a poco, se gana la confianza de sus estudiantes. Y la de los padres. Y luego también de sus colegas cuya cooperación considera esencial.
Tolerancia cero
"Constaté la falta de trabajo y mi respuesta fue algo brutal, simple", admite. Ahora bien, si todos los profesores les piden a los alumnos que estudien, ¿cuál es la diferencia en su caso?
No hay magia en su método, ni rebuscadas teorías pedagógicas: se trata de hacerlos "trabajar". Algo nada sencillo en un ambiente como el de Drancy. Pero él apela a métodos de la vieja escuela: tolerancia cero para toda indisciplina, pruebas semanales, nada de regalar nota, más bien al revés. Si un alumno decae en su rendimiento, él envía un mensaje a los padres. Consciente de que el chico que no tiene respaldo familiar no hará los deberes en casa o no los hará bien, y que ésa es otra fuente de inequidad, él controla los avances en el aprendizaje semana a semana.
Toma prueba todos los lunes, justo el día en que suele arrastrarse hasta la escuela el relajamiento del fin de semana. "Soy pragmático, no tengo ideología. Les meto presión a los alumnos, grito, llamo a los padres -dice sin prurito-. Una calificación dura, semanal, un punto descontado por cada respuesta incorrecta: eso funciona como electroshock para alumnos acostumbrados a zafar con una nota media. Al cabo de un tiempo, si no estudian, les pido a los padres que los priven de salida un fin de semana o que les quiten el celular".
Le preguntan si eso no es "infantilizar" a chicos que ya son casi adultos. Él responde, categórico: "Son niños, los tomo como lo que son, no es peyorativo, son irresponsables. ¿Qué hacemos frente a la falta de esfuerzo? ¿Los dejamos librados a su suerte? Me dicen: 'caramba, te comportas como un padre, ya son grandes, tienen 16, 17'. Sí, me gustaría que fuesen grandes e hiciesen las cosas por sí mismos, pero no es el caso. La idea es que, a la larga, sean autónomos. Al comienzo, mis clases son la colimba, y yo tengo reputación de nazi, reaccionario, profe horrible... Pero de a poco empiezan a interiorizar la norma y le toman el gusto porque ven que cuando estudian tienen resultados. De a poco se afloja la presión y pueden volar por sí mismos. La autonomía se conquista de a poco".
Los alumnos de Jérémie, que al comienzo protestaron por su rigidez, hoy valoran un sistema que los hace progresar, y son los mejores defensores y propagandistas del sistema de este singular profesor.
Le preguntaron a una de sus estudiantes, Nesrine, si había oído hablar de Bourdieu. "Sí, sí. Pero yo creo que Bourdieu sólo hace una constatación, nosotros queremos cambiar las cosas, salir adelante", respondió mostrando hasta qué punto está compenetrada con los objetivos de su profesor.
Fontanieu les exige porque confía en su capacidad para lograrlo y eso los estudiantes y los padres lo van sintiendo y se convierte en un estímulo adicional.
La disciplina no concierne sólo al estudio: "No tolero clanes ni comentarios negativos, ni llegadas tarde". Tampoco que sean groseros. "La violencia verbal de los alumnos es el síntoma de una relación con el mundo y con los otros particularmente brutal e irrespetuosa, y que me indigna", explica Fontanieu. Además, señala, es un lenguaje que les cierra puertas, que refuerza los clichés que el resto de la sociedad tiene sobre los jóvenes de barrios humildes.
Algunos detractores de esta "pedagogía de la exigencia", que pone tanto el acento en metas y logros, dicen que fomenta el individualismo. Pero en las clases de este profesor sucede todo lo contrario.
"No es individualismo, replicó por ejemplo, Anaïs, tenemos un espíritu colectivo y pensamos mucho en los demás, deseamos realmente que todos lo logren".
"Estamos muy unidos, dice Farah, nos ayudamos unos a otros. Somos solidarios, queremos lograrlo todos, no individualmente".
Aunque no es pedagogo y su método es intuitivo, si le da resultados, a Jérémie le gustaría que se difunda. "A los alumnos del último año les digo que estamos haciendo algo que nos supera, y que si mañana logramos que los 35 aprueben, o sea 100% de eficacia, esta experiencia podrá replicarse". Habrá demostrado que está en lo cierto, que no es inevitable que estos chicos, hijos de obreros poco calificados, de desocupados, de inmigrantes mal integrados, fracasen en la escuela.
Quiere que los investigadores y expertos vengan a ver su clase, y "respalden esta escuela del éxito basado en la certeza de que todos pueden lograrlo negándose a seguir los caminos que la fatalidad les ha trazado".
Polémica pedagógica
Desde que Francia salió mal parada de las últimas pruebas PISA, estalló la polémica. En el banquillo, los cultores del pedagogismo constructivista, que postula que el alumno construye su propio saber y que el maestro no es el dueño del conocimiento, lo que ha redundado en deslegitimación de la función docente y relajamiento de la disciplina. Y hace tiempo también que muchos profesores –y casi todos los padres- desean la vuelta a una mayor sistematización en los estudios, a más contención y exigencia. A una escuela que vuelva a ser poderosa herramienta de igualación social.
"Los estudiantes que apuestan en mayor medida al trabajo que al talento obtienen mejores puntajes en las pruebas de matemática", fue una de las conclusiones de Andrea Schleicher, responsable de Educación en la OCDE, y redactora del último informe PISA.
Es el postulado de Jérémie: el que estudia, obtendrá resultados, sea cual sea su extracción social. "La pereza es el núcleo de la reproducción social, dice, parafraseando a Bourdieu. Sin esfuerzo, asistimos a la autodestrucción de sus vidas por parte de pibes de 15 años".
La conclusión de la OCDE es significativa: el éxito es un asunto de creencia de que el trabajo y la perseverancia "pagan" más que la inteligencia o el talento innato.
Otra docente de "zonas difíciles" dejó un mensaje para Fontanieu: "El director de un colegio me dijo una vez: 'usted no va a durar aquí si persiste en querer enseñar a sus alumnos'. Una triste renuncia por parte de algunos responsables de instituciones, enmascarada en un discurso pomposo e inepto. La consigna es 'no hagan olas'... entonces, ¡saludo la energía y el coraje de este profesor que embiste contra ese fatalismo!"
Además de los libros de Bourdieu, fue también el gusto por el hip hop lo que llevó a este joven a los suburbios. Quería conocer de cerca el mundo del que surge esa música, de "dimensión sociológica interesante". Uno de sus temas favoritos es Banlieusards [los que viven en las afueras, algo así como suburbanos] de Kery James, que en una de sus estrofas sintetiza la filosofía que inspira su sistema pedagógico:
Banlieusard y orgulloso de serlo / ¡No estamos condenados al fracaso!
Al contrario, estamos condenados a triunfar / A cruzar las barreras, a construir carreras
Mirá lo que lograron nuestros padres / Lo que soportaron para que tengamos educación
¿Qué sería de sus sacrificios? (...)
Si arruinamos todo, ¿dónde está el respeto? / Si fracasamos, ¿dónde está el progreso?
Cada hijo de inmigrante está en misión / Cada hijo de pobres debe tener ambición
No puedes dejar que se evaporen tus sueños / En un hall lleno de humo
Fumando sustancias que quiebran tu voluntad / Anestesian tus deseos y ahogan tus capacidades
¡Valemos más que eso! / Nada detiene a un banlieusard que lucha...
ORIGINAL: InfoBAE
22 de marzo 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.