VLADIMIR AGUDELO ES el experto en mariposas que maneja La casa de las mariposas en el Jardín Botánico. Un lugar que sorprende a los visitantes y, a la vez, derriba los mitos populares sobre estos animales.
Mónica Quintero Restrepo | Medellín | Publicado el 15 de noviembre de 2011
Las cuatro paredes en las que trabaja Vladimir están llenas de mariposas. Hay en las paredes, en las ventanas y las de los frascos, lo serán dentro de poco, cuando estén listas para dejar de ser orugas. Él las cría.
Vladimir Agudelo es un poco común. Su afición es la entomología, pero no le interesa el estudio de cómo evitar los insectos. Más bien cómo preservarlos. Está dedicado, suelta la palabra, a la lepidopterología, es decir, al estudio de las mariposas. Está enamorado de esos insectos.
Él es el hombre de La casa de las mariposas. Ese pequeño lugar que parece una jaula en principio, que está lleno de mariposas, plantas, flores y frascos, un poco escondido, en el Jardín Botánico.
Entonces se emociona: habla de que las mariposas tienen unos 400 millones de años, aunque es muy difícil saberlo, porque su cuerpo es frágil y lo de encontrar restos para calcular la edad no es fácil.
Es bioindicadora y coevolucionadora, porque ella está donde esté la planta específica de la que se alimenta. Así, si está la mariposa está la planta aquella, por tanto, si una muere o si una evoluciona, la otra también.
Toda esa historia la cuenta Vladimir a las personas que se acercan a La casa, que está divida en dos: el laboratorio, donde él las cría, y la zona de vuelo, donde se pasean de lo lindo.
Tiene unas 15 especies por estos días, porque a veces le da espacio a otras. Lo que pasa es que no puede sobrepoblar el espacio.
Vladimir tiene que controlar desde la cantidad, hasta la humedad, las plantas, el número de hembras y de machos (si no, pelean y "es algo salvaje"). Tiene que controlarlo todo. Quizá no pueda con el sol, que es tan importante para ellas, que tienen el cuerpo frío.
Él es como el papá de las mariposas. "Ellas no saben que es un domingo o un 25 de diciembre". Y antes de irse todos los días para la casa, a los frascos donde están las orugas, hay que quitarles la comida vieja, limpiarles el estiércol y demás. "Es un trabajo altamente gratificante, pero altamente esclavizante".
Es que no tiene palabras, dice, ver salir una mariposa de la pupa. Ha llegado a ver unas 35 emergencias en un solo día. Y cuando estuvo en el Guaviare, también estudiando a estos insectos, vio unas 27 mil, y eso fue hace un buen tiempo, así que la cuenta es de grandes proporciones.
Puro amor
La semana que se fue de vacaciones perdió dos especies. No es lo mismo que no esté él y esté otro. Vladimir estira la mano y ya está la mariposa en ella. La observa. Es bellísima. "¿Ves que parece un búho? Por eso se llama así".
A las búho son a las que la gente les busca el número. Y hay dos preguntas que le repiten: que si es verdad lo de las cifras y que si viven tan poco. Vladimir saca una sonrisita. "No tienen números y no saben de matemáticas".
El objetivo de La casa de las mariposas es pedagógico. "Mostrar sin tapujos, propagar información". Quitar mitos. "En 400 años no han picado a nadie". Y enseña que no hay que tocarlas: ese polvo que algunos dicen que deja ciegos, no es verdad, pero les puede quitar posibilidad de calentarse y hasta de vuelo y, por tanto, de que una hembra quiera que sea su macho.
Sobre los años, "el tiempo es relativo. Viven lo justo". El promedio son unos 60 días, aunque a él, que las tiene lejos de los depredadores, le han durado hasta tres meses. "Lo que yo he leído es que la mariposa que menos ha durado es una semana".
Vladimir conversa con detalles. Es que si la magia existe, es precisamente en ese mundo mariposario: cuando la oruga se transforma totalmente en un ser alado.
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