viernes, 27 de mayo de 2011

Mejor no enseñar

ORIGINAL:  El Tiempo
FRANCISCO CAJIAO


  Cuando tuve la suerte de recorrer el país haciendo talleres de evaluación con maestros y estudiantes de educación media, pude constatar que los niños y adolescentes tienen una extraordinaria capacidad de reflexión sobre sus procesos de aprendizaje. Recuerdo a una chica de Barrancabermeja que, ante mi insistencia en conocer su opinión, dijo ante más de 200 maestros: "¿Lo que quiere saber es por qué los estudiantes no aprendemos? Pues porque los profesores agarran una enseñadera tan desesperante que al final no dejan aprender".

    Es inverosímil que tras décadas de investigación en psicología, neurología y ciencias cognitivas, colegios y universidades hayan cambiado tan poco sus métodos pedagógicos. Las horas del día transcurren para un estudiante
  • pasando de un salón a otro 
  • escuchando las exposiciones de temas, asignaturas y materias preparadas por sus maestros, 
  • suponiendo que todos deben aprender del mismo modo, en el mismo orden y al mismo tiempo. 
  • Después se hacen exámenes que tendrán que contestar bien para aprobar.
    Desde luego, todos los niños, niñas y jóvenes deben aprender muchas cosas para poderse desenvolver en el mundo y desarrollar al máximo sus capacidades intelectuales y realizar sus sueños en la vida. Deben dominar su lengua para comunicar ideas, sueños y necesidades; deben aprender matemática, ciencias naturales, arte, historia... pero además deben aprender a convivir, relacionarse con otros, trabajar en equipo, organizarse, amar...

    El problema es que cada uno aprende de manera diferente, a ritmos distintos y solamente cuando encuentra una razón para empeñarse en la tarea. El mundo en que viven hoy no es el de unas décadas atrás. Los medios de comunicación ofrecen una enorme cantidad de información que no tenían generaciones anteriores y esto suscita preguntas e inquietudes que no tenían los niños de 1950. Por esas épocas había que ir a la escuela para saber que la tierra era redonda, que existía el mar o que los reinos de la naturaleza eran tres. Pero la televisión no había llegado al país, no había radios transistores y cerca del 42 por ciento de la población era analfabeta. De allá a acá algo ha cambiado. Sin embargo, los métodos pedagógicos siguen siendo básicamente los mismos.

    Cuando se inició, hace diez años, el programa Ondas, de Colciencias, se propuso que los niños fueran iniciados en los métodos propios de la investigación desde los primeros grados de primaria, entendiendo que este camino es más adecuado para preguntarse por el mundo haciendo uso de la razón. Toda investigación se inicia preguntando por el mundo: el de afuera y el de adentro. Cada pregunta conduce a nuevas preguntas, y responder requiere información, capacidad de orden, conceptos que permitan comprender, actitudes emocionales que ayuden a conversar con otros, comunicar dudas y hallazgos, honestidad para reconocer los límites, capacidad de contrastar ideas. Ninguna clase magistral, por buena que sea, logra en todos los estudiantes lo que se consigue por estos otros caminos. Eso se evidenció también con el programa de Colombia Hoy, desarrollado por el ministerio con motivo del Bicentenario: entusiasmo, motivación, hallazgos, búsquedas realizadas por niños y jóvenes de todas las edades.

    El problema es que las instituciones educativas no están organizadas para esto y los maestros no reciben la preparación requerida para abordar el proceso de formación desde nuevas perspectivas. Se sigue invirtiendo más en edificios que en inteligencia. Las facultades de educación siguen haciendo lo mismo que hace décadas y los colegios continúan fabricando horarios con asignaturas cada vez más dispersas y numerosas que se pretende enseñar. El desafío actual es diseñar modelos de instituciones que abran infinitas posibilidades para aprender.

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