domingo, 31 de mayo de 2015

La punta del iceberg y la casita en el aire

Moisés Wasserman
Se ha vuelto popular la posición de que si la ciencia no genera un producto que se venda bien, resulta un ejercicio inútil y desperdiciador. Queremos resultados sin esfuerzo.

Los icebergs son símbolo de lo mucho que se oculta detrás de lo poco que se ve. Su densidad es un poco menor que la del agua salada, por eso flotan –pero el 90 por ciento de su masa está sumergida–. Quienes quieren tener un pico sin su base deben saber que no es posible.

Recuerdo los icebergs cuando pienso en nuestras políticas de ciencia y tecnología. Se ha vuelto popular la posición de que la ciencia sirve meramente como instrumento para mejorar la competitividad y de que si no genera un producto que se venda bien, resulta un ejercicio inútil y desperdiciador. Queremos resultados sin esfuerzo.

Me han tratado de convencer de que eso es posible con el ejemplo de Steve Jobs, quien, sin grandes estudios, construyó un imperio tecnológico. Es cierto, él fue una persona muy ingeniosa, pero no se puede olvidar lo que hay debajo de la punta del iceberg.
  • ¿Cuánta física del estado sólido y cuánta química de materiales hay detrás de una pantalla táctil? 
  • ¿De dónde salió la tecnología de transmisión inalámbrica de la información? 
  • ¿Serían posibles los mapas de Google y los GPS sin la teoría de la relatividad? 
  • ¿Cuánta matemática y cuánto diseño hay detrás de cualquier app de moda? 
Es difícil profetizar, pero sí se puede decir con seguridad que las innovaciones tecnológicas revolucionarias surgirán en aquellos países que tienen una sólida capacidad científica.

La ciencia no solo sirve para la competitividad. Nos ayuda a entender el mundo y la vida, a generar bienestar y salud, a cuidar el medioambiente y a educar gente con pensamiento riguroso y capacidad para responder a problemas insospechados. Así mismo, la competitividad no es solo innovación. Esta última es apenas un factor entre otros, como el tipo de cambio, las tasas de interés, la productividad y el costo del trabajo, las leyes de protección, los recursos naturales, la cercanía y posibilidad de acceso a los mercados y más.

Pero nosotros insistimos en quedarnos con la punta del iceberg. El Plan Nacional de Desarrollo aprobó la fusión del sistema de Ciencia, Tecnología e Innovación con el de Competitividad. Definió la política de ciencia en apenas 12 renglones, en una ley de 68 páginas. Colciencias ni siquiera se menciona en ese único artículo (el 186) y aparece apenas tres veces nombrada en toda la ley, siempre dependiendo del Departamento Nacional de Planeación. Pienso que cuando Carlos Lleras fundó Colciencias y la denominó cabeza del sistema, no se refería a su posición en la jerarquía administrativa, sino a que contenía el cerebro.

Un amigo, miembro de un consejo de programa de C. y T., me relató una anécdota que viene al caso. A una reunión para evaluar la situación de la investigación vino un viceministro como delegado del Gobierno. Llegó tarde, habló y se fue. No averiguó quiénes eran los asistentes y se dirigió al consejo, compuesto por líderes académicos, investigadores y empresarios, como si se tratara de un comité interno de Colciencias. Les explicó que no hay que perder el tiempo en investigaciones sofisticadas, sino generar productos. Les recordó que esa institución debe estar al servicio de su cliente, que es... el Presidente (sí, lector, yo tampoco lo creí, y pedí que me lo repitieran). Terminó asegurando que Colombia tiene ya demasiados doctores y que no se justifica seguir fomentándolos con programas y becas.

Puede ser que creamos que podemos tener la punta de un iceberg sin su base porque ya tenemos una casita en el aire (la he oído por la radio, pero no la he visto en las ofertas inmobiliarias). Tal vez los edificios Space, en Medellín, fueron un primer experimento de esa política que dice que no vale la pena invertir en cimientos y columnas si lo que se vende son los acabados
Moisés Wasserman
@mwassermannl
ORIGINAL: El Tiempo
Moisés Wasserman
28 de mayo de 2015

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